Pablo A. Ascolani
Secretario de AREC
La criminalización del
consumo de drogas ha resultado inefectiva en relación con los objetivos que
persigue, la disminución de la oferta y la demanda. El endurecimiento de las
políticas públicas sobre sustancias ilícitas ha agravado todos los problemas
relacionados con el abuso de drogas, aumentando el deterioro social producto de
la corrupción del Estado, las redes
criminales en constante crecimiento, récord de encarcelamientos,
discriminación, marginación y exclusión. Los países que han adoptado políticas
decriminalizadoras han tenido mejores resultados en relación a la disminución
del abuso de sustancias, como Portugal, Holanda o Uruguay. Si bien hubo
polémica en un inicio sobre la conveniencia de la despenalización y reducción
de daños en esos países, ya no existe
ninguna polémica sobre recriminalizar el consumo de estupefacientes.
Según un estudio de la OMS, no hay una correlación simple entre el consumo de
cannabis y las distintas políticas sobre drogas; "el consumo de drogas no
está distribuido de manera uniforme y no está relacionado de manera directa con
las distintas políticas sobre drogas, ya que los países con leyes estrictas
respecto a las de drogas ilegales no tienen niveles más bajos de consumo que
aquellos más liberales”.[1]
En su informe publicado
en el año 2010 la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
(ONUDD) recomendó no penalizar a los usuarios de drogas y aconsejó “políticas
centradas en la salud”.[2]
En Argentina, la
desinformación sobre el tema de las sustancias ilícitas producto de un devenir legislativo
signado por Lopez Rega, la dictadura cívico militar y el neoliberalismo
menemista produjo una desproporción, un enorme fantasma de subjetividades
entretejidas por el miedo. La educación y la información son fundamentales para
llevar proporcionalidad a la visión
social del consumo de sustancias ilegales. Recuperar la noción de “Phármakon”,
común a Hipócrates, Teofrasto y Galeno, de que las drogas no son buenas o
malas, sino “espíritus neutros”, que componen de diversa manera de acuerdo al
individuo y la ocasión.
La relación simbólica de
carácter negativo que existe entre el hombre y las sustancias ilícitas que
prevalece en nuestra sociedad, fue catalizada por estados Unidos a principios
del siglo pasado, pero hunde sus raíces en los albores de la cultura, en el fin
del matriarcado y triunfo del patriarcado. Este cambio de status quo primigenio
rompió la relación del hombre con la naturaleza, las plantas y las
modificaciones en la conciencia que se generan en su interacción. Esta relación
que se despliega en la cultura está fundada en prejuicios y estereotipos, es
funcional al poder establecido y reproduce situaciones de vulneración de los
derechos humanos.
La división actual entre
fármacos legales y sustancias ilegales obedece a determinados intereses
hegemónicos (imperiales/corporativos), forjados en la dialéctica de la historia
y la geopolítica, no tienen que ver directamente con las cualidades
farmacológicas de las sustancias. Es una división que deriva de los actores institucionales
y no de la naturaleza en sí de las drogas como objeto.
Sobre esta clasificación
irracional se emplazó el concepto de la criminalización del usuario. En pos de
la salud pública se somete a la fuerza de policía al usuario de sustancias
ilícitas con el argumento paternalista de proteger su salud y la de la sociedad
en abstracto. Claramente, si al usuario de una sustancia ilícita muy tóxica
como el paco o la metanfetamina lo detengo y lo imputo con una causa penal por
su consumo, agravo el daño que en sí le produce el tóxico. Al quebranto
orgánico de la droga le agrego el quebranto social de su estigmatización que en
el peor de los casos puede terminar en encarcelamiento, impidiéndole además el
acceso a la salud, vulnerando sus derechos humanos.
La actual división entre
drogas legales e ilegales en la “lista de sustancias controladas” impuesta por
estados unidos al resto del mundo, sabemos hoy que en gran medida puede
considerarse arbitraria desde una perspectiva científica - sociológica. Las drogas
colocadas en la Lista I tienen a) alto potencial de abuso b) no tienen uso
médico aceptado en USA c) hay ausencia de seguridad en el uso bajo supervisión
médica. El cannabis y otras drogas que no comparten estas características están
situadas en esta lista. (con contadas variaciones en algunos países)
La prohibición del
consumo de sustancias ilícitas aumenta el daño de los tóxicos en sí, de manera
que es ineficaz para disminuir el consumo y no tiene que ver directamente con
la toxicidad real o ficticia de las drogas. Es conveniente quedarse con el
concepto de que cuanto más tóxica es una dorga de consumo humano peor es el
resultado de su prohibición, teniendo al alcohol y la ley seca como ejemplo
histórico. Pero es interesante analizar la arbitrariedad de esta división, que se
revisa en diversos estudios. En uno llamado “Desarrollo de una escala racional
para evaluar el daño de drogas de abuso” el Cannabis se encuentra numero 11 en
la lista, bastante detrás del alcohol, situado en el puesto 5, o el tabaco en
el 7. Esta escala divide el daño potencial en físico, a corto y a largo plazo,
el potencial de dependencia, psíquico o físico o el daño social y los costos en
salud.[3]
Incluso evaluando que la ilegalidad de la sustancias aumenta el daño social
devenido de su consumo y por ende el escore total de la lista (por la estigmatización y las
consecuencias legales, no por motivos estrictamente farmacológicos), es claro hoy que el consumo de Cannabis y
otras sustancias incluídas en la lista 1 como los enteógenos[4], es más seguro que
el de otras drogas en relación a los riesgos para la salud que representan.
El cannabis y los
psicodélicos tradicionales o enteógenos tienen escasa toxicidad, tanto sobre el
sistema nervioso –no son neurotóxicas- como sobre el resto del organismo y
márgenes de seguridad tan altos que no se registran muertes por toxicidad aguda
de ninguna de estas sustancias. No producen dependencia física, ni en general
dependencia psíquica (no producen síndrome de supresión, ni conductas de
autoadministración). ¿Porque el imperio y las corporaciones persiguen estas
sustancias con la venia de la instituciones y países involucrados en el sostén
del status quo político-económico global?
Una respuesta posible es
que el uso de estas sustancias promueve valores morales y actitudes que no son
bienvenidas en la sociedad de mercado capitalista. Se temen y sospechan
determinados estados mentales que conducen a instancias de cuestionamiento.
Por ello, el estado de
las cosas en relación a las drogas hoy ilegales, no es a causa sólo del motivo
económico del narcotráfico, o de dominio político-militar que habilita la
guerra contra las drogas. Hay una disputa por una autonomía de conciencia reñida
con los moldes estrechos del sistema.
De esta división falaz se
desprende que alguien condene con el estigma de la insalubridad a un usuario de
cannabis (de la que no hay ninguna muerte directa en la historia de la
medicina, y sus efectos adversos son incomparablemente menores que drogas de
uso común), siendo el acusador, por ejemplo, usuario de tabaco (que produce mas
de 42.000 muertes anuales en Argentina) o alcohol (8000 muertes).[5]
Recientemente dos
estudios dieron resultados sorprendentes: por un lado fumar marihuana tiene un
efecto protectivo sobre el cáncer escamoso de cabeza y cuello, es decir
disminuye la incidencia de este tipo de cáncer.[6] En otro estudio
poblacional se observó que, ajustando posibles factores de confusión como los
socioeconómicos, laborales y comorbilidades, los usuarios de Cannabis tienen
una prevalencia menor (ajustada a la edad) de diabetes mellitus.[7]
Por otro lado la regulación del acceso al cannabis está relacionado con una
disminución del consumo de alcohol y esto finalmente con una disminución de la
cantidad de colisiones vehiculares. "Nuestra investigación sugiere que la
legalización de la marihuana terapéutica reduce las muertes al volante a través
de la reducción del consumo de alcohol” El estudio citado examinó el consumo de
cannabis en tres estados donde se legalizó el cannabis medicinal a mediados de
la década de 2000, Montana, Rhode Island y Vermont. No hubo evidencia de un
aumento entre menores de consumo de cannabis.[8] Son este tipo de
sorpresas que produce la ciencia, sumada a los resultados estadísticos positivos
de las políticas de drogas descriminalizadoras, que cuestionan fuertemente
supuestos establecidos, entre ellos la división entre drogas legales e ilegales,
sustentadas únicamente posicionamientos políticos sostenidos por la inercia de
una moral contradictoria y perimida.
Si efectivamente, al
regular el acceso, hay reemplazo de alcohol o tabaco por Cannabis, es muy
posible que descienda la morbi-mortalidad en Argentina, sea por efecto de los
cannabinoides y/o por disminución del consumo de sustancias muy tóxicas como
alcohol o tabaco, y los daños directos o indirectos que estas producen.
Al poner el acento en la
personificación y demonización de la droga y el “combate” de la “guerra contra
las drogas”, se desvía la atención de una posible solución más compleja, basada
en la prevención, la inclusión social mediante la educación, el trabajo, el
libre acceso a la información, la justicia social, salud, disminución de la
brecha entre ricos y pobres, y otras variables. El origen de la adicción es
multicausal y una de las formas de intervenir sería mediante la corrección de
los desajustes socioeconómicos de la sociedad contemporánea.
Pero aún en las condiciones
ideales de vida, el ser humano recurre a determinadas sustancias (algunas de
ellas prohibidas), por motivos diversos, desde narcisismo y disfrute estético,
búsqueda de paz o de energía, o reconexión con lo espiritual o lo ancestral,
como lo ha hecho a lo largo de su historia. Que utilice una droga ilícita no
convierte al individuo en un adicto, ya que fármacos legales tienen una
potencial toxicidad y dependencia incomparablmente mayor que algunas sustancias prohibidas.
El objetivo de terminar
con el narcotráfico en respeto de los derechos humanos lleva indefectiblemente
a preguntarnos sobre como solucionar la problemática del acceso a las
sustancias hoy ilegales. Los Estados Latinoamericanos deben idear formas de
regular el acceso en forma de bloque regional utilizando organismos
internacionales como la CELAC para ello. Es claro que la regulación de todas
las drogas es la única manera de terminar con el narcotráfico, y es una tarea
que involucra a múltiples actores de la región. En el caso del cannabis, el
autocultivo personal y también colectivo, en forma de asociaciones de
autocultivadores sin fines de lucro, puede contener buena parte de la demanda.
En el caso de otras drogas, los Estados y las organizaciones sociales deben
darse un debate profundo para imaginar maneras posibles de regulación: desde
clubes cerrados de consumidores que producen determinada droga para consumo
personal sin fines de lucro y con fiscalización estatal, hasta producción,
distribución y venta a través de farmacias regulares o especializadas. En el
caso de la producción con fines de lucro, la participación de parte del Estado
puede pensarse desde una fuerte regulación hasta el control total del proceso
de producción, distribución, e incluso venta a través de dispositivos
especializados. Esta aproximación, que puede resultar escandalosa para algunos,
sería una manera efectiva en que el estado puede abordar al consumidor
problemático, contenerlo, brindarle escucha y un canal que pueda vehiculizar
las carencias que intenta llenar con sustancia, además de hacerlo visible y
posibilitar su integración social.
Argentina es un ejemplo
para el mundo en relación a la jerarquización y desarrollo de Derechos Humanos,
el juzgamiento de los crímenes de la última dictadura cívico-militar, la
procura de verdad, memoria y justicia. Es éste el momento donde el espíritu de
los tiempos nos desafía a buscar nuevas formas de regular la relación de
nuestros pueblos con las sustancias psicoactivas. Y es aquí donde Argentina, en
virtud del resurgimiento de la política y el acrecentamiento de la
autoconciencia nacional, tiene la oportunidad histórica de idear y producir
políticas de drogas que den el marco a formas de relación más racionales,
eficaces y respetuosas de los derechos
humanos.
[3] Nutt et al., “Development of a
Rational Scale to Assess the Harm of Drugs of Potential Misuse”, The Lancet,
Vol. 369, Issue 9566, 24 de marzo de 2007
[4] "Sustancias
cuya ingestión altera la mente y provoca estados de posesión extática y
chamánica. En griego, entheos significa literalmente "dios (theos)
adentro", y es una palabra que se utilizaba para describir el estado en
que uno se encuentra cuando está inspirado y poseído por el dios, que ha
entrado en su cuerpo. Se aplicaba a los trances proféticos, la pasión erótica y
la creación artística, así como a aquellos ritos religiosos en que los estados
místicos eran experimentados a través de la ingestión de sustancias que eran
transustanciales con la deidad. En combinación con la raíz gen-, que denota la
acción de "devenir", esta palabra compone el término que estamos
proponiendo: enteógeno. C.A.P.
Ruck, J. Bigwood, J., D. Staples, R.G. Wasson y J. Ott, Journal of Psychedelic
Drugs, vol. II, núms. 1 y 2, enero-junio 1979"
[5] Mortalidad asociada al consumo de
drogas en Argentina, 2004, 2005 y 2006, Observatorio Argentino de Drogas, Area
de Investigaciones, SEDRONAR, Junio 2008
[6]
Liang C, McClean MD, Marsit C et al. A population-based case-control study of
marijuana use and head and neck squamous cell carcinoma. Cancer Prev Res.
2009;2:759-768.
[7] Rajavashisth TB, Shaheen M, Norris
KC, Pan D, Sinha SK, Ortega J, Friedman TC.
Decreased
prevalence of diabetes in marijuana users: cross-sectional data from
the
National Health and Nutrition Examination Survey (NHANES) III. BMJ Open. 2012
Feb
24;2:e000494. Print 2012. PubMed PMID: 22368296; PubMed Central PMCID:
PMC3289985.
[8]D.
Mark Anderson, Daniel I. Rees, Medical Marijuana Laws, Traffic Fatalities, and
Alcohol Consumption, IZA DP No. 6112, November 2011
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